Indice del post
LA FISICA HIPERDIMENSIONAL Y EL PULSO VIBRATORIO DE LA TIERRA O DE LAS NUEVAS FORMAS DE ORGANIZACON SOCIAL, POLITICA Y ECONOMICA, BASADAS EN EL AMOR.
[Datos científicos extraídos de la Revista Año Cero (XII/01)
EL GRAN SECRETO: CYDONIA
Una nueva rama de la ciencia, con su consiguiente tecnología, podría llevar años de desarrollo en algunos laboratorios, rodeados del máximo secreto. Sus aplicaciones podrían transformar radicalmente la sociedad humana y dar paso a una nueva era imprevisible para el poder. Sin embargo, todos los esfuerzos por encubrir este conocimiento serian inútiles, dado que la teoría en la cual se basa implica que los saltos evolutivos son dirigidos por fuerzas Interdimensionales que ni siquiera sospechamos.
En junio de 2000, el Dr. Lijun Wang, de la universidad de Princeton, consiguió superar la velocidad de la luz acelerando un pulso de radiación laser. El resultado del experimento cuestiona la teoría de la relatividad y parece exigir una nueva física para explicar ciertos fenómenos, precisamente en un momento histórico que muchas tradiciones milenarias coinciden en calificar como el comienzo de una nueva edad de oro.
Imaginemos durante un momento cómo sería el mundo si la energía que consumimos fuera virtualmente gratuita. Utópico ¿verdad? ¿ Y si fuéramos capaces de gobernar el clima, descomponer y recomponer la estructura fundamental de la materia, dirigir el curso de nuestra propia biología y, en general, dominar y controlar cualquier fuerza de la naturaleza? La consecuencia inmediata que se nos ocurre es que nuestro nivel adquisitivo ascendería hasta niveles considerablemente más altos que los actuales, es más: ese proceso se reproduciría a escala mundial haciendo que la pobreza y el hambre desaparecieran de nuestro planeta. En esta situación, no cabe duda de que nuestra especie se vería libre de todas las servidumbres. Viviríamos en un mundo donde no sería necesario trabajar, en el cual cada persona podría encaminar su vida y su talento por los senderos que estimase más oportunos.
Ahora, imaginemos que, por algún acontecimiento cósmico, el ser humano alcanzara estas capacidades, no por méritos propios, sino porque se viera abocado de forma inevitable a dar el siguiente paso evolutivo en esa dirección y que el experimento del Dr. Wang, que parece haber abierto una grieta en la física relativista, es el primer atisbo público del nuevo conocimiento. Bonita historia. Estaríamos nada menos que ante la utopía soñada por los visionarios de todos los tiempos: el ideal en el cual coinciden las ideologías de todos los signos, aunque discrepen en los medios para crear semejante paraíso. Pues bien todo esto no sólo es posible, sino que podría estar empezando a suceder sin que nos enteremos. Indicios recogidos en todo el mundo nos llevan a pensar que nos encontramos en vísperas de conocer el gran secreto: la clave de los mayores enigmas de nuestro mundo y, sobre todo, la fuente de un poder inimaginable.
Para conocer los antecedentes de esta historia debemos remontamos a una época increíblemente remota, decenas de miles de años antes de la aparición de nuestros primeros registros históricos. En aquel tiempo parece haber existido una civilización cuyo recuerdo ha pervivido en las leyendas y mitos de prácticamente la totalidad de los pueblos de la tierra en diversos lugares del globo: edificios y artefactos que se han convertido en una pesadilla para científicos y arqueólogos. No sabemos si sus artífices fueron seres humanos o algo diferente, si eran originarios de nuestro planeta o llegaron aquí como consecuencia de alguna inimaginable peripecia. Lo que suponemos, porque en esto coinciden todas las leyendas que sobre ellos se escribieron, es que eran dueños de conocimientos que les permitían realizar prodigios inaccesibles para nosotros, haciéndoles aparecer como dioses a los ojos de nuestros antepasados. Estos enigmáticos seres no eran dioses, sino tan sólo los depositarios de un saber que les otorgaba un poder casi ilimitado comparado con el de nuestros ancestros. Y estamos seguros de que no eran dioses porque, en lo que también coinciden esas leyendas es que ese conocimiento fue la causa de su crepúsculo.
La Atlántida, o como se la quiera llamar, desapareció casi de la noche a la mañana destruida por la insensatez de sus habitantes que, borrachos de soberbia, hicieron mal uso del don que se les había otorgado. Los supervivientes se dispersaron por todo el globo. Con el discurrir de los siglos, la antigua ciencia trasmitida de maestro a discípulo a través de generaciones se fue contaminando de superstición. Quedaron los ritos, pero la explicación de todo ello se había extraviado hacía mucho tiempo. Así nacieron las ciencias ocultas, la astrología, la alquimia, las disciplinas espirituales y hasta la magia. Sin embargo, es posible que la antigua ciencia no se haya perdido para siempre y ahora mismo estemos en vísperas de adquirir un conocimiento que, en cuanto a compresión del Universo, nos colocaría a la misma altura de aquellos míticos seres a quienes nuestros primitivos antepasados llamaron dioses.
El secreto comienza a dibujarse a partir de una nueva disciplina (o tal vez no tan nueva) llamada física hiper dimensional. En 1976 el mundo esperaba expectante las primeras fotografías tomadas por la sonda espacial Viking. Nadie podía imaginar que esas imágenes enviadas desde millones de kilómetros de distancia serían las portadoras de secretos demasiado inquietantes, demasiado desestabilizadores, tanto que la propia NASA podría haber intentado hacerlos desaparecer. Las imágenes procedentes de la región conocida como Cydonia mostraban la existencia de un vasto conjunto de cuerpos de apariencia artificial entre los que destacaba la bautizada como «esfinge de Marte» una gigantesca cabeza esculpida en piedra cuyo rostro, orientado hacia el espacio, nos devolvía la mirada inquisitiva que habíamos dirigido hacia este planeta vecino durante milenios.
A partir de ese momento, personalidades como Richard Hoagland, Vincent Diprietro, Gregory Molenaar o Mark Carlotto, todos ellos provistos de intachables credenciales científicas, consagraron sus vidas al estudio de lo que creían podía constituir la primera prueba material de vida inteligente extraterrestre. Las polémicas imágenes fueron estudiadas hasta el mínimo detalle, se utilizaron complejos procedimientos informáticos para analizarlas y se trazaron pormenorizadas cartografías de la zona con ayuda de los métodos más científicos. Ni la campaña de desprestigio del caso que llevó a cabo la NASA, recurriendo a científicos tan populares en su momento como Carl Sagan, fue suficiente para silenciar las voces que reclamaban un estudio a fondo y oficial de la región de Cydonia.
Pero sería en 1988 cuando la investigación sobre las anomalías marcianas tomaría un nuevo rumbo de la mano de Erol Torun, cartógrafo y analista de sistemas del servicio cartográfico de la secretaría de Defensa de EEUU. De las estructuras que se alzan en la llanura de Cydonia, la conocida como pirámide D&M atrajo especialmente su curiosidad. En la esquina sur-suroeste de la «esfinge» exactamente igual a 1/360 del diámetro polar marciano, se encuentra una estructura de un tamaño que resulta difícilmente concebible. La pirámide D&M recibió este nombre como homenaje a sus descubridores, Diprietro y Molenaar. Tiene una altura aproximada de 800 metros y un diámetro de casi 3 kilómetros. Se trata de una pirámide pentagonal, cuyos lados están dispuestos en ángulos de 30 grados. En su construcción se debieron emplear 1,5 kilometros cúbicos de material y su colocacion respecto a los otros objetos de Cydonia dibujan un perfecto triángulo equilatero. Torun, a pesar de sus amplios conocimientos de geomorfología, no conocía ningún mecanismo natural que pudiera explicar la formación de semejante estructura. Fue esto lo que le movió a analizar cuidadosamente su geometría.
A pesar de estar vivamente impresionado por la simetría del objeto, el mismo confesó más tarde que no estaba preparado para lo que iba a encontrar. Codificadas en la estructura de aquel objeto al cual la NASA había calificado como «formación natural», descubrió una serie de relaciones matemáticas, constantes y expresiones sumamente específicas y redundantes, cuya probabilidad de que se originaran por azar se encontraba cercana a cero. Números irracionales como «Pi» (la razón de la circunferencia respecto del diámetro del círculo) y otras constantes fundamentales en geometría, aparecían repetidamente combinados de todas las maneras posibles, tanto en los ángulos como en las relaciones entre éstos y sus respectivas funciones trigonométricas. Esto, que de por sí constituía un asombroso hallazgo, quedó rápidamente empequeñecido por otro descubrimiento mayor, esas mismas relaciones matemáticas se repetían con increíble precisión si se trazaba una serie de líneas que unieran entre sí las misteriosas estructuras de la famosa llanura marciana. Todo formaba parte de un complejo diseño que repetía insistentemente los mismos números, figuras y ángulos. Estaba claro que aquello constituía un mensaje dibujado por criaturas inteligentes y expresado en el lenguaje más universal que existe; las matemáticas.
Si tantas molestias se tomaron sus constructores, levantando edificios que harían palidecer de envidia a las mayores creaciones del ser humano, algo de suma importancia habrían querido trasmitirnos. La pregunta era, ¿QUÉ? Este enigma inquietaba especialmente a Richard Hoagland, el principal investigador del tema de Cydonia, que no es ningún advenedizo en el campo científico, entre otros muchos puestos oficiales ocupó el cargo de asesor para asuntos especiales de la cadena de televisión norteamericana CBS para el proyecto Apolo, que puso al hombre en la Luna. Durante meses, Hoagland trabajó con aquellas líneas misteriosas, buscándoles un sentido, intentando descifrar su mensaje. Por fin, un buen día, la verdad apareció súbitamente ante sus ojos. Y, ciertamente, resultaba más increíble que la fantasía más exaltada. En la llanura de Cydonia, a 56 millones de kilómetros de nuestro planeta, olvidados durante miles de años, se encontraban dibujados con absoluta precisión los postulados teóricos básicos de una ciencia olvidada que hizo furor a finales del siglo XIX para, más tarde, caer en el olvido de la ortodoxia científica, que la consideró como algo inaceptable: la Física Hiperdimensional.
Basándose en este conocimiento, Hoagland pudo establecer varias predicciones que, al ser comprobadas, resultaron ciertas. Así descubrióque, según los postulados de la física Hiperdimensional, existe una importante relación entre el tetraedro (o pirámide) y la esfera donde este poliedro puede ser inscrito. Considerando a los planetas como esferas y colocando el vértice de un imaginario tetraedro en uno de los polos, los otros tres vértices caen a la altura del paralelo 19.5. Pues bien, curiosamente en esa misma localización geográfica es donde se encuentran los mayores focos de inestabilidad de cada planeta: en la tierra este punto coincide con el cinturón volcánico del Pacífico (el volcán Mauna Kea está a 19.6 grados Norte), mientras que el gigantesco monte Olimpo de Marte (el mayor volcán del Sistema Solar) se encuentra a 19.5 grados Sur, y algo similar ocurre en Neptuno, que tiene una mancha similar a la de Júpiter, sólo que de color azul, y en el sol, donde la mayor incidencia de las manchas (que son el efecto visible de las erupciones derivadas de la alta actividad) se observa, precisamente, alrededor del paralelo 19.5.
VÓRTICES PLATENARIOS Y FUSIÓN FRÍA
La aparición de los vórtices planetarios ya había sido predicha a mediados del siglo XIX por el físico matemático James Clerk Maxwell, cuyas ecuaciones pusieron la piedra angular de la primera teoría unificada de las fuerzas naturales; el electromagnetismo cuya teoría supuso un paso ineludible en el camino que condujo a la física moderna: la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica, de Planck, Heisenberg y Schrodinger. Sus postulados fueron propuestos por los científicos más notables de la época, y muy poco dados a especulaciones paracientíficas como Helmholtz, Lord Kelvin, Faraday y el propio Maxwell. Estos pioneros llegaron a la conclusión de que nuestra realidad tridimensional no es sino la parte accesible para nosotros (seres tridimensionales) de un universo de más dimensiones, y que en la interacción entre esas otras dimensiones y las tres que constituyen el mundo material de nuestra experiencia se encontraría el secreto de muchos fenómenos hasta ahora inexplicables, e incluso la clave de la aparición de la vida sobre nuestro planeta.
Los padres de la física Hiperdimensional, llenaron pizarras con interminables cálculos, desarrollaron ingeniosos modelos cosmológicos y levantaron un verdadero edificio de relaciones matemáticas y geométricas. Las mismas que más tarde aparecerían en un lugar tan insospechado como la superficie de Marte. Sabían que, en determinadas circunstancias, tendría que existir un flujo de energía de esas otras dimensiones hacia la nuestra. Concretamente, afirmaban que un sistema giratorio de un espacio de cuatro dimensiones haría surgir una serie de vórtices de energía al ser proyectado en un espacio de tres dimensiones como el nuestro. Ese fenómeno se produciría, según sus cálculos matemáticos, a 19.5 grados de ecuador. Sin embargo, lo novedoso de la idea la hizo blanco de numerosos ataques y terminó cayendo en el cajón del olvido científico. Son célebres, en este sentido, los adjetivos descalificadores «místicos» y «obra del diablo» que el físico Oliver Heaviside dedicó a estos trabajos de Maxwell por tratar con conceptos hiperdimensionales.
Sin embargo, a medidos de la década de los 60, un hallazgo astronómico aparentemente irrelevante vino a apoyar los planteamientos de aquellos pioneros de la física de finales del siglo XIX. Las observaciones que se realizaron a través de los primeros espectrógrafos demostraron que el planeta Júpiter desprende una «radiación infrarroja anómala» esto es, emite mucha más energía de la que recibe del sol. Posteriormente, las ondas Pioneer y Voyager pusieron de manifiesto que el mismo fenómeno inexplicable se repetía en Saturno, Urano y Neptuno. Esto constituía una anomalía cósmica de primer orden. Si la cantidad de radiación emitida al espacio por estos planetas es muy superior a la que correspondería a la suma del calor interno y al que reciben del Sol, entonces, ¿de dónde procedía esa energía adicional? Para la Física Hiperdimensional la respuesta es que la combinación entre la masa de los planetas y su momento angular (la energía de su desplazamiento alrededor del sol) genera un punto de contacto con otras dimensiones, a través del cual se produce una transferencia de energía. Esto se puede cuantificar a través de la formula L = mr 2, en la que «L» es la energía resultante, «m» la masa y «r» el momento angular. Dicho llanamente: recibimos aportaciones energéticas de otras dimensiones inaccesibles a nuestra experiencia tridimensional, y el propio sistema solar funciona como un mecanismo que genera los portales Interdimensionales a través de los cuales penetra dicha energía.
Los parámetros físicos y matemáticos requeridos para esta transferencia de energía e información procedentes de un hipotético espacio n-dimensional (donde n es un número indeterminado) fueron establecidas en su momento por personalidades científicas del siglo XIX de la talla del matemático alemán Georg Riemann, el físico escocés Sir William Thompson, el ya citado Maxwell y el matemático británico Sir William Rowan Hamilton. Fue concretamente el matemático Arthur Cayley quien estableció las relaciones geométricas Interdimensionales que aparecen, no sólo en la llanura de Cydonia, sino también en la geometría sagrada que durante milenios ha acompañado a las prácticas esotéricas más diversas y ha regido la configuración formal de las construcciones de la arquitectura sagrada.
No obstante, hay una objeción legítima que hacer. Esta muy bien que exista una física Hiperdimensional asociada a la mecánica celeste, pero ¿no hay algo más actual, más tangible, que pueda confirmarnos que estamos ante un indicio que pueda conducirnos a la antigua ciencia de los dioses? Fusión fría.
Entre el 6 y el 9 de diciembre de 1993 tuvo lugar la cuarta conferencia de Fusión Fría en Maui, Hawai, muy cerca del paralelo 19,5. Científicos de todo el mundo se habían reunido para tratar lo que podía ser el mayor hallazgo de la historia. Se presentaron más de 150 ponencias del más alto nivel y asistieron los padres de esta disciplina: Stanley Pons y Martin Fleischmann, que habían acudido desde el laboratorio que en Niza ha montado para ellos Technova, una subsidiaria de Toyota. La conferencia de Maui fue el último gran acontecimiento en el campo de la Fusión Fría, marginado por la ciencia oficial.
A pesar de que en todo el planeta existen equipos de investigación que continúan trabajando sobre este tema, su labor sólo es recogida por revistas especializadas como Infinite Energy. Aquellos que, a pesar de la postura oficial al respecto se deciden a investigar el tema, se ven acosados por sus antiguos colegas. ¿Por qué esta persecución? Los orígenes de la Fusión Fría se encuentran en los trabajos de Pons y Fleischman, que el 23 de marzo de 1989 convocaron una rueda de prensa en la Universidad de Utah, para realizar un asombroso anuncio. Según habían comprobado repetidas veces, la electrólisis de *agua pesada empleando electrodos de platino y paladio tenía como resultado una producción de energía calorífica mayor que la correspondiente a la electricidad utilizada. Si se encontraba una forma de aprovechar este calor adicional, habrían encontrado una fuente inagotable y gratuita de energía.
(*El agua (H₂O) es una sustancia cuya molécula está formada por dos átomos de hidŕogeno y uno de oxígeno. Si sustituimos el hidrógeno por el deuterio (isótopo del hidrógeno, más pesado, al tener un neutrón en el núcleo) obtenemos el agua pesada).
El informe levantó una encendida polémica. El 1 de mayo de1989 la American Physical Society dio carpetazo a todo el asunto catalogándolo de mera «superchería científica». Sin embargo, esto no desalentó a decenas de investigadores que, patrocinados por empresas multinacionales como Toshiba, Hitachi, Toyota, Exxon o Carterpillar, más interesadas en los resultados económicos que en los prejuicios científicos, continúan trabajando en este terreno. Los experimentos originales han sido reproducidos, incluso mejorados en incontables ocasiones, pero nadie ha sido capaz de dar el paso definitivo en la explicación del fenómeno. Técnicos competentes, con amplia experiencia, se desesperan al comprobar cómo el mismo experimento, idéntico hasta el mínimo detalle, arroja resultados diferentes cada vez que se realiza. A veces no sucede nada en absoluto; en cambio, la producción de calor es intensísima. Para añadir confusión, se ha comprobado que determinadas frecuencias acústicas actúan de catalizador de estas reacciones.
LA EXISTENCIA DE OTRAS DIMENSIONES
Tal vez, los antiguos alquimistas (depositarios a fin de cuentas de los vestigios de la antigua ciencia) pudieran aportar algo de luz a los trabajos de sus modernos seguidores. Ellos sabían bien que determinados momentos astrológicos eran más propicios que otros a la hora de llevar a cabo sus operaciones. Bajo el prisma de la física moderna esto es una insensatez, pero considerado bajo la física Hiperdimensional todo adquiere un sentido muy claro, ya que es precisamente el curso de los planetas el que marca la pauta de transferencia de energía entre las dimensiones; posiblemente esa misma energía que se detecta en los recipientes de la fusión fría, pero que nadie acierta a explicar de dónde proviene. Por otro lado, resulta curioso que tanto el paladio como el platino y el aluminio (empleado también en los experimentos de fusión fría) tengan una estructura cristalina en forma de tetraedro y sus átomos se organicen formando esta misma figura geométrica, clave en las fórmulas de la física Hiperdimensional.
Es muy probable que estos exploradores en el campo de la fusión fría estén redescubriendo algunos de los secretos que ya conocían los antiguos alquimistas y puede que alguien haya llegado un poco más lejos, aunque amparado en las sombras de un impenetrable secreto. Es posible que estemos otorgando atributos de máxima novedad a algo que determinados grupos podrían haber conocido y desarrollado en secreto desde hace años.
En la comunidad de los estudiosos de las conspiraciones hace tiempo que existe una creencia muy extendida respecto a la existencia de un «gran secreto» que explicaría numerosos casos de encubrimiento en los cuales aparece involucrado el gobierno estadounidense. La mayor parte de estos estudiosos opina que este secreto podría estar relacionado con los aparatos que incesantemente vienen avistándose en nuestros cielos, desde que en 1947 comenzara a hablarse de «platillos volantes». Pero existe otro sector que, afinando un poco más, opina que tras este muro de silencio se oculta toda una nueva rama de la ciencia, cuyo desarrollo tecnológico durante los últimos 50 años se habría escamoteado a la opinión pública. La física Hiperdimensional podría muy bien ser esa ciencia.
Aquí podría encontrarse la explicación al interés, por supuesto extraoficial, que departamentos gubernamentales de varios países han mostrado por los trabajos del heterodoxo y genial inventor Nicola Tesla, plenamente convencido de la existencia de otras dimensiones y de nuestra capacidad para contactar con ellas. También se explicaría la implacable persecución que sufrió en vida otro inventor genial, el psicólogo Wilhelm Reich, cuyo trabajo ha sido sistemáticamente sometido a campañas de desprestigio por un organismo con tan pocas atribuciones en el campo científico como el FBI. ¿Por qué mereció un acoso tan cruel un hombre, Reich, que afirmaba haber descubierto una fuente de energía libre (orgón), a la cual accedía a través de unos «generadores» en los cuales una serie de formas geométricas (asociadas al tetraedro) tenían vital importancia?
En la misma línea, la existencia de un desarrollo tecnológico tan secreto como apartado de la ciencia convencional explicaría que en el seno de las altas esferas militares se produzcan casos como el de famoso Experimento Filadelfia o el HAARP (un proyecto ultra secreto para controlar el clima con fines militares), pasando por las misteriosas actividades que se desarrollan en la mítica Área 51. También quedaría explicada de esta manera la serie de incongruencias y ocultaciones en las que lleva años incurriendo la NASA en lo tocante al tema de Cydonia, o el súbito interés que la Ballistic Missile Defense Organization, dependiente del Pentágono, ha mostrado por la exploración de nuestro satélite, donde según Hoagland podría haber señales parecidas a las dejadas en Marte.
Pero, ¿por qué suprimir una tecnología que podría suponer el inicio de una edad de oro para la humanidad? Aquí ya no estamos hablando de mantener una ventaja estratégica sobre un potencial enemigo o de oscuros intereses económicos asociados a las grandes compañías petroleras. Lo que está en juego en este tema es algo aún más importante. Con una fuente de energía virtualmente gratuita y sin contar con otras insospechadas aplicaciones que pudiera tener la tecnología Hiperdimensional (viajes espaciales, transmutación de los elementos, control del clima, etc.) nos encontraríamos ante un cambio radical de toda la estructura social y política a escala mundial.
La energía libre haría que prácticamente cualquier producto de los que adquirimos habitualmente tuviera un precio irrisorio. El sistema económico mundial se derrumbaría bajo el peso de toneladas de oro producido en el laboratorio y que ya no tendría ningún valor. Conceptos como riqueza, pobreza o propiedad se convertirían en meros recursos retóricos, sin ninguna realidad social que los respaldase. Se abriría una época de caos, pero también de esperanza. El poder económico y político caería por su propio peso, despojándolos de los mecanismos que lo sustentan y que pueden resumirse en una breve frase: «la capacidad de administrar unos bienes escasos». Al fin y al cabo, esta es la razón profunda por la cual en un mundo con 1000 millones de hambrientos crónicos y decenas de muertos anuales por inanición se destruyen alimentos, o se suprimen cultivos. La sociedad de la abundancia, como la del pleno empleo, es incompatible con el sistema.
Sin embargo, si estamos ante un momento en el cual la misma dinámica Interdimensional del Universo determina un salto cualitativo en la evolución, no habrá manera de impedir el cambio. Conocedor de los datos que acabamos de exponer, el norteamericano David M. Jinks los ha estudiado cuidadosamente y ha elaborado una impresionante teoría, expuesta en su revelador libro The monkey and the tetrahedron (Glass Moon Press, Seattle, 1999). Jinks llega a una sorprendente conclusión: los periodos de actividad Hiperdimensional están íntimamente ligados al ser humano y, en la actualidad, estamos a punto de acceder a uno de esos saltos evolutivos. Su argumentación no puede ser más racional. La práctica totalidad de los textos espirituales, antiguos o modernos, insisten en la importancia del amor como llave que abre las puertas de la evolución humana.
LA CIENCIA Y EL AMOR
El amor es un flujo completamente libre y sin restricciones de información, que puede tomar la forma de palabras, pensamientos o pura energía. En un mundo donde la aceptación incondicional fuera la regla, la energía en todas sus formas fluiría coherentemente sin ningún tipo de resistencia. El amor, descrito de esta manera, sería el estado ideal para la transmisión de la energía. Ahora, consideremos este concepto en términos de física Hiperdimensional.
En el punto más alto de uno de estos periodos en los cuales la transmisión de energía desde otras dimensiones crece considerablemente, cuando la geometría del sistema está perfectamente alineada para permitir el flujo de información procedente de dimensiones superiores hacia nuestra realidad, ¿qué sucede? Básicamente, que aquellos sistemas que estén dispuestos a aceptar sin resistencia el flujo energético que les llegue se verán positivamente transformados por éste, mientras que aquellos que opongan resistencia al nuevo patrón de vibraciones sufrirán una serie de consecuencias adversas. Pues bien, a través de las predicciones de la física Hiperdimensional, Jinks nos dice que esos periodos de máxima transferencia se dan cíclicamente y vienen a coincidir con aquellos momentos en los cuales se producen grandes convulsiones evolutivas en nuestro planeta, con extinciones en masa de ciertas especies y la aparición de otras.
Lo más inquietante es que todos los datos parecen indicar que ahora nos encontramos inmersos en uno de esos momentos. Es de justicia dejar constancia de que estos grandes ciclos ya fueron descritos con precisión por cosmogonías tan alejadas entre sí como la Maya, la Hindú o la de los indios Hopi norteamericanos que coinciden en situar en la actualidad uno de estos periodos. Pero, además, existen pruebas objetivas que vienen a confirmar la veracidad de estas antiguas profecías. Una es la llamada resonancia de Schumann, que consiste en una serie de ondas estacionarias de la ionósfera terrestre. La existencia de estas ondas fue propuesta por el físico alemán W.O. Schumann en 1952. Simplificando mucho, estas ondas pueden ser descritas como la resonancia electromagnética del planeta. Es decir, se puede pensar en esta frecuencia como en el pulso vibratorio de la Tierra: un patrón electromagnético que afecta a todos sus habitantes. Este patrón vibratorio es extraordinariamente estable y comprende un rango de frecuencia de 7, 8, 14, 20, 26, 33, 29 y 45 Hz. La constancia de la resonancia de Schumann es tal que las comunicaciones militares de todo el mundo se han establecido en base a ella. Pero en 1987, sin razón aparente, el pulso del planeta comenzó a incrementarse. Según observaciones realizadas en el Instituto de Meteorología y Geofísica de la Universidad de Frankfurt y por la Universidad de Alaska, en 1994 ese latido establecido en 7,8 ciclos por segundo había aumentado casi un 11% alcanzando los 8.6 Hz. En noviembre de 1996 ese incremento era aun mayor y la habitual estabilidad de esta constante se había perdido, viéndose sometido este ritmo natural a imprevisibles fluctuaciones. Se trata de un hecho alarmante, no sólo porque algo considerado hasta ahora como constante ha dejado de ser fiable, sino porque se trata de un fenómeno inexplicable, por más que los informes oficiales afirmen que es «consistente con las teorías aceptadas». Se cree que la vibración se volverá a estabilizar cuando alcance los 13 Hz, el número siguiente en la serie de Fibonacci, una progresión numérica muy significativa para la física Hiperdimensional.
¿Qué podría significar todo esto? Básicamente, que un flujo de energía de origen desconocido no sólo está penetrando en nuestro planeta, sino haciendo subir su patrón vibratorio y, con éste, el de todo lo que el planeta contiene, incluidos sus habitantes. El calentamiento del globo, el agujero de la capa de ozono o el inexplicable fenómeno al que se enfrentan psicólogos de todo el mundo al comprobar cómo los coeficientes intelectuales de los niños nacidos recientemente crecen por encima de la media, sin que haya causa aparente para ello, pueden ser otros síntomas de que un flujo de energía-información está comenzando a transformar nuestro planeta. De nuestra capacidad para vibrar en armonía con él puede depender nuestra supervivencia o el que venga a sustituirnos una especie que encaje mejor con el nuevo patrón.
A pesar de la incomprensión, cuando no el abierto acoso por parte de las instituciones académicas oficiales, decenas de personas trabajan actualmente para abrir caminos en un campo que podría conducir a la humanidad hacia la tan anhelada edad de oro. En un momento en el cual la tecnología y la ciencia en que se basa parecen estar a punto de tocar techo, tal vez haya llegado el momento, querámoslo o no, de que la humanidad experimente un salto evolutivo que la conduzca a nuevas formas de organización social, política y económica. De ser así, lo más apropiado sería que lo hiciéramos voluntariamente para evitar que la transición resulte dolorosa y traumática. En este contexto, es comprensible que el poder establecido esté dispuesto a todo para evitar que este conocimiento trascienda, porque acarrearía la crisis definitiva de la actual cultura y el nacimiento de otra forma de pensar y de vivir, en cuyo marco no habría espacio para el sistema vigente, vertebrado sobre el trabajo remunerado y la invención del factor tiempo como medida de control de la producción. El reino de la necesidad daría paso a un reino de libertad sin precedentes. Pero en este caso, quienes actualmente ostentan el privilegio del poder, lo perderían.